Me despierto tan solo como me acosté. De las doce camas de la habitación, solo yo ocupo la mía. Parece que es temporada baja y los hostales baratos, de a 80 varos la noche, lo acusan. Supongo que los HI estarán a medio gas pero en el mío la vida brilla por su ausencia. Me rasco los tobillos compulsivamente. Las chinches me han comido las piernas. Y por si eso no fuera poco, los taquitos de la señora de ayer, o la res a la mexicana, o la hamburguesa callejera, o una criminal combinación de todos, me han descompuesto el estómago. Aprieto el culo y salgo de la habitación, busco el baño con desesperación. Resulta que las cuatro personas que pueblan el hostal están, todas, sentadas en una mesa en el patio, justo frente al baño. Cagar en ese lugar es algo parecido a someterse a una audiencia pública. Aprieto el culo un poco más y regreso a la habitación. Deshago la cama y preparo la mochila. Me siento a planear el día pero mi situación es delicada y no me permite pensar con claridad. La naturaleza sigue su curso y, como se suele decir, no se le pueden poner puertas al campo. Tampoco a la res a la mexicana. Salgo de nuevo y me doy a mi público. Me lo tomo con humor y entro dedicándole a los espectadores un: "¿cómo soportan ustedes el picante?". Sonríen. Yo no puedo. La cosa se resuelve de una forma menos escandalosa de lo que esperaba así que salgo con mi orgullo casi intacto. Uno de ellos, el más mayor, se solidariza conmigo y pregunta: "¿mejor mi carnal?". Asiento con una sonrisa de oreja a oreja. "Ahora si puedo empezar el día, compadre". Uno de ellos suelta una carcajada que parece avergonzarle. El resto se ríen a gusto, tranquilos, mientras me adentro en la habitación.
Ya en el Zócalo me siento detras de la formación de sillas dispuestas para el concierto de una banda. Todavía no hay ni un solo músico y los únicos que trabajan son los operarios y técnicos que grabarán el concierto para alguna tele local. Observo sus equipos. Tienen tres o cuatro Panasonic P2 dispuestas por los alrededores -una de ellas sobre una grúa pequeña-, una antena para emitir en directo y varias furgonetas aparcadas en las proximidades. Decido posponer mi primera comida del día y quedarme un rato.
Los músicos van llegando poco a poco, de uno en uno, con sus trajes de chaqueta sobre camisas lila claro. Me divierto observando al Tuba 3 y al Tuba 4, bromeando y riéndose mientras el director enloquece tratando de probar cada una de las familias de instrumentos. El viento metal ha llegado temprano. Mis amigos, Tuba 3 y Tuba 4, a partir de ahora T3 y T4 son exhortados a tocar un do-mi perpetuo, sobre el que otras dos tubas, T5 y T6, intercalan a contratiempo dos notas que no reconozco. T5 está juguetón y le pide a T4 con un tono imperativo -como si éste no se estuviera enterando- que acelere el ritmo del mi-do, que lo está pidiendo el director. T4 obedece y acelera el ritmo. Pese a que no es una mañana demasiado calurosa, T4 está empezando a sudar y no parece darse cuenta de que ninguna otra tuba le sigue y que su esfuerzo está siendo inútil. T5 y T6 rompen a reír a carcajada limpia. T3, solidario, avisa a su compañero. Éste, desconcertado, se detiene, se seca el sudor de la frente y mira a su alrededor. Advierte a T5 y T6 que casi están en el suelo de la risa. Suelta un par de maldiciones que no logro oír y sonríe. Como imaginaba, T4 es un tipo con buen humor.
Entretanto, el resto de la banda ha ido llegando. Incluso T1 y T2, que parecía que no se iban a presentar, han hecho acto de presencia. El concierto va a comenzar cuando aparece como una exhalación, de entre los vendedores de pomperos, la señora de la silla de ruedas que circula marcha atrás. De nuevo, como en un deja vú, derrapa a escasos dos metros de donde me encuentro. Sonríe satisfecha de su habilidad y empieza a conversar con dos mujeres que conoce de algo. Habla casi más rápido de lo que conduce y tiene una risa diabólica, feroz, rápida, seca. Habla y habla sobre una pinche pomada, que le dio un pinche médico, que no le hizo nada. Dice que si encuentra al pinche médico, al pinche matasanos, le va a saltar los pinches dientes y ni un pinche dentista se los va a poder poner en el sitio. Entre pinche y pinche suelta breves carcajadas y continua disparando sus maldiciones. Cambia de tema. Ahora son los pinches sacerdotes, que duermen con las pinches monjas y después piden pinche dinero, dice señalando la Catedral de la Asunción, que está a sus espaldas. Se da vuelta y continua su kamikaze marcha entre la gente, impulsándose con la única y poderosa pierna que tiene. Se esfuma.
El presentador de televisión que retransmite el concierto, trajeado y nervioso, se limpia el sudor de las manos en el pantalón y revisa sus notas. Sale a la palestra y presenta el evento. Todas las T, que se habían marchado, regresan y toman posiciones. Parece que, ahora si, todo va a empezar. Tengo habre y sed y por un momento pienso en marcharme a comer. Lo más interesante ha pasado, me digo. Pero llevo más de una hora aquí sentado así que decido darle una oportunidad.
Me muevo a una zona con mejor visibilidad, aunque menos pintoresca, despidiéndome de las tubas. Un tipo de estatura minúscula y anchura respetable, embutido en su pequeño trajecito, inicia el concierto con un enérgico golpe de platillos. Es una obra cubana y me alegra ver que en la Gran Orquesta del Estado de Oaxaca también se tocan las maracas, los güiros, las congas e incluso la batería. El mismo hombrecito, que combina con habilidad los platillos y las maracas, es el encargado de cerrar la pieza en completa soledad. Deja vibrar los platillos un buen rato mientras el público aplaude. La segunda pieza es un tango de un compositor danés. Por lo que cuenta el presentador, se inspiró en la noticia del asesinato de una mujer a manos de su esposo. Es un tanto desagradable. En tercer lugar, un mambo del maestro Dámaso Pérez Prado resulta ser el mítico mambo-tango de la película "Diarios de Motocicleta", de Walter Sales. Sonrío y me dejo llevar levemente por el ritmo tropical de la banda, moviendo sutilmente mis hombros. Una niña de unos ocho años baila simpática frente a su familia. Pienso que, de estar acompañado y de saber bailar, me gustaría levantarme y dejarme llevar por completo. Mientras, una señora se contonea y hasta el director, en los momentos de poco trabajo, se deja llevar y flexiona las piernas al son. Sonríe, está disfrutando del concierto y todos los presentes también. Toda la banda corea: Unooo, dooos, treees, cuatrooo, cincooo, seeeis, sieteee, ochooo... ¡Maaaaaaaaambo! El público estalla en aplausos.
Desde detrás, como de la nada y justo cuando está a punto de salir a la palestra la cantante principal, un grupo de unos veinte o veinticinco jóvenes aparece con banderas anarquistas y coreando vítores. "Apoyo total a la huelga ministerial". "Somos anarquistas, no terroristas". Intento sacar el celular para tomar una foto pero me es imposible. Ellxs, educadxs, prosiguen su camino a voz en grito pero sin boicotear el acto. El espectáculo todavía no termina pero yo ya he tenido bastante.
Cuando estoy a punto de levantarme me detiene una chica. "¿Me puedo tomar una foto contigo?". No doy crédito. La miro sorprendido y le pregunto el porqué. Me dice que le gusta tomarse fotos con extranjeros. Acepto a regañadientes. Detesto salir en fotos pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? Al final son dos las que se toman foto conmigo, por separado, claro. Comparto tres minutos con ellas y me despido. Curiosa mañana, pienso.
Yo bailaría contigo encantada.
ResponderEliminarBailemos pues...
EliminarEste es mi favorito. Sigue viviendo ese viaje como ese concierto,disfruta y escribe... escribe mucho, cabrón, escribe hasta que no tenga más narices que ir a verte de la envidia que te tengo...
ResponderEliminarGracias Lu, me alegran mucho tus palabras. Os mando un abrazo muy grande a toda la familia y nada, a ver si te vienes que en lo último que voy leyendo tuyo percibo un intensísimo anhelo de sudakalandia... Te quiero hermano!
EliminarJajajaja, muy divertido esta especie de collage, enhorabuena. Y ten paciencia, tienes pinta de gringo, no puedes evitarlo, ajo y agua. Que disfrutes tu viaje!!!!
ResponderEliminarBlas
tano; que divertido relato jajjajaj me has sacado una carcajada frente a la pantalla. me está encantando todo lo que escribes pinche peter
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