miércoles, 29 de enero de 2014

MOCHILA



Llevo caminando alrededor de una hora y media por la playa, cargado con la mochila y bajo el despiadado sol del Pacífico mexicano. El final de la playa ya no se ve tan lejos y todavía no he encontrado donde quedarme. Las fuerzas empiezan a fallarme y pienso que, tal vez, deba desandar todo el camino hasta la ciudad. De debajo de una gran palapa escucho, claro y en un evidente espanglish:

-"Camping, my friend? Camping!"


Esas palabras son como el maná en el desierto. Me acerco a la destartalada propiedad. Todo, excepto la enorme y hermosa palapa de nueva construcción, está bastante destrozado. Ni siquiera hay una verja que delimite dónde terminan los dominios del oso. A recibirme sale un tipo bajito, sonriente, con barba de un par de días y extremadamente moreno. No lleva camiseta y de su cuello cuelga un cordón con una moneda de 5 duros atada con despiste, o eso me parece. Rápidamente advierto por su acento que es chileno y le dejo mostrarme el lugar. En pocos minutos he armado mi tienda y he encontrado el lugar que, hasta el día de hoy, será mi lugar favorito en el mundo.


Esto ocurrió hace alrededor de un año y medio, en la costa sur oeste de méxico, Oaxaca, Puerto Escondido, La punta. Así fue como conocí a mi amigo Pablo -también Pablito, Juan Pablo o Jota Pe- y a otras muchas buenas gentes a las que, por desgracia, todavía no he vuelto a ver desde entonces -excepto a la buena de Lucía-. Pero a las que, por suerte, algún día volveré a encontrarme.


Pues bien, supe que Pablo regresó a Chile, después de su largo viaje por gran parte del norte de Latinoamérica. Y allí se mantuvo un tiempo, entre Putaendo y las nevadas montañas de Portillo, en la frontera con Argentina. Hasta que un día decidió volver a tomar la mochila y embarcarse en un nuevo viaje, posiblemente el que más le fuera a enseñar de su vida. Se propuso un viaje de ida y vuelta, a dedo y sin dinero, desde su ciudad natal hasta Brazil. Y durante ese camino llevó una pequeña camarita con la que fue filmando sus rutinas, sus horas de espera, sus intervenciones en la calle y, por supuesto, a las personas que le permitieron ir avanzando de un lugar a otro, de un destino al siguiente. 

"Mochila" es el nombre de su proyecto documental y, aunque todavía le queda mucho por filmar y mucho por recorrer, ahí va un anticipo de lo que este loco chileno es capaz de hacer. Grande Pablito!


lunes, 21 de octubre de 2013

RESONANCIA



El Ochoymedio está especialmente animado. Una variopinta mezcla de personajes pululan por el bar. Algunos cenan algo o disfrutan de una cerveza, otros miran la programación mensual del cine, los más modernos sólo se sientan y muestran orgullosos sus peinados o sus últimos pantalones amarillo mostaza. En el espacio hay dos salas de cine y hoy se proyectan dos películas ecuatorianas: "Mono con Gallinas", un drama bélico sobre los límites humanos en las guerras; y el estreno del documental "Resonancia". Elijo la segunda sin tener mucha idea de qué voy a ver. Me dicen que, después del pase, hay una pequeña sorpresa.

A las 20:30 pasadas suena la campana que anuncia el momento de bajar a la sala. Bajo de los primeros y, como siempre, elijo cerca y centrado (la primera fila no está tan cerca de la pantalla y me permite evitar molestas cabezas en continuo vaivén). En pocos minutos las 20 personas que hemos asistido a la premiere estamos situadas y dispuestas. El programador de la sala presenta, orgulloso, la película. Mientras tanto yo me fijo en el escenario frente a mi, que me separa de la pantalla, en el que hay unos cuantos amplificadores. Todo se va a negro y los créditos dan inicio a la peli. 

Durante los siguientes 64 minutos me abstraigo del mundo. La madera resonando, armónica y noble; las herramientas dándole forma, tallándola y preparándola; la mirada atenta de Raúl Lara y su escondida sonrisa de satisfacción con cada nuevo paso terminado; el viejo taller en el que todo es madera, polvo y viruta. Durante 64 minutos observo con extrema atención el proceso de elaboración artesanal, pieza por pieza, traste por traste, de una guitarra de jazz manouche. Eso es todo. No hay nada más. Ni trampa ni cartón. Sólo se cuenta el proceso de creación de una guitarra. Siete meses para convertir unos pedazos de madera en un instrumento musical. Sin embargo, todo en la película es atractivo: los cortísimos planos de las manos del maestro Raúl Lara trabajando; la excelente alta definición; el amistoso y apasionado carácter del personaje; pero, sobretodo, el espectacular sonido del filme, registrado en el taller con mimo y cuidado artesanal: el resonar de la madera, la sierra cortando la chapa, el desbaste de la gubia, los dedos del artesano acariciándola, limpiándola de serrín y virutas. Te hace sentir tener cada pieza en tus propias manos. 

Al final, Raúl Lara sale de su casa. El trabajo está terminado. Pasea por el popular barrio de La Vicentina, orgulloso, con su sonrisa dulce, clandestina pero sincera. Sube hasta la mitad de una interminable escalera y mira las montañas que rodean el este de Quito. 

La película termina y nadie aplaude. Todo el mundo ha quedado como hipnotizado. Un valiente de las filas de atrás inicia un tímido aplauso. Algunos le siguen y se salva con bastante dignidad el homenaje al director de la película, Mateo Herrera, que sale justo cuando las palmas empiezan a apagarse. Tras él y sin mediar palabra aparecen otros tres tipos. Sólo el último tiene aspecto ecuatoriano, a los otros se les adivina europeos a la legua. Mateo los presenta -un francés, un italiano, un ecuatoriano y él mismo, también ecua-, indica que van a tocar unos temas y que de las cuatro guitarras en escena, dos fueron construidas por Raúl Lara. 

La música empieza, como no podía ser de otro modo, con "Minor Swing" de los dos incontestables maestros del género: Django Reinhardt y Stephan Grappelli. Los músicos se alternan para improvisar sobre la base swinguera. El mejor de ellos es el francés, al que además se ve disfrutar como a ningún otro. Mientras escucho y recordando recientes tiempos en los que el manouche entraba en mi vida con relativa frecuencia, me fijo en la guitarra que lleva el italiano. Es inconfundible, los últimos 64 minutos la hemos visto nacer y crecer. Ahora la vemos vivir. Siete meses de trabajo sonando, límpidos, profundos. Inexplicablemente, no puedo evitar sentirme parte de esa guitarra, de algún modo, ese Mateo me ha convencido. Me ha hecho ser parte de ella. Sonrío y la escucho.


"Resonancia" - Trailer

"Resonancia" - Material rodaje

¡No perderse los vídeos!



sábado, 19 de octubre de 2013

QUITO EN CUATRO PLANOS: DESDE LO ALTO

Subo a la terraza del edificio, que está sobre la ladera de La Floresta, dominando el centro-norte de la ciudad. El sol lo ilumina todo y parece que las nubes, por una vez, se toman un día de vacaciones. Enciendo un cigarro y observo el valle en toda su longitud. Grandes edificios de nueva construcción y acristaladas fachadas se mezclan con pequeñas casitas que salpican las laderas de las colinas. Viejos edificios de tiempos de la conquista conviven con terrenos baldíos y viejas glorias que no superaron el paso del tiempo y de la lluvia. El caos se puede prácticamente tocar.

A escasos metros, al noroeste, el skyline de la ciudad se muestra orgulloso y anuncia nuevos tiempos. Entre la veintena de grandes y modernos bloques, imagino que alineados sobre la 6 de Diciembre, destaca uno en particular. Es un edificio negro y cilíndrico, totalmente acristalado y coronado por otro gran cilindro rojo sobre el que se asienta una minúscula antena. Me recuerda a una barra de carmín dejada caer, ridícula, sobre la ciudad. No es el más grande ni el más moderno pero es, sin lugar a dudas, el más curioso. Pese a estar completamente rodeado se le siente solo, diferente, triste. Los ángulos rectos de todos los que le rodean parecen oprimirle y hacerle sentir único, desubicado, aciago. Frente a él, a unos pocos metros, un árbol le hace sombra y parece querer confirmarle su tristeza, su insignificancia de vidrio y acero. 

Cambio de lugar en el terrado y todo cambia. Hacia el sur la ciudad se extiende hasta donde la vista no puede alcanzar. Todo mengua, todo se hace pequeño. Miles de pequeñas casas se amontonan, desordenadas y viejas, sobre cada centímetro libre. Sus ventanitas se convierten en miles de ojos abiertos a Quito, al caos, a la urbe sin escuadra no cartabón, a la necesidad de techo cuando sea, donde sea y como sea. Y entre ellas, camufladas, surgen formas antiguas, detalles que rompen lineas rectas, que ni el tiempo ni el dinero consiguieron arrancar. A lo lejos, detrás del centro histórico se alza una gran iglesia, discreta y elegante y pétrea, entre moles de hormigón y colores degradados.




Sólo en algunos espacios, todavía libres de humanidad, seguramente por lo escarpado e inaccesible, pequeños grupos de verdes árboles y pasto andino sobreviven, reclamando lo que todavía es suyo.Y es que en el Quito de lo alto, cuando uno inclina la cabeza al cielo, hay algo que siempre domina, omnipresente, haciéndote sentir minúsculo, insignificante y absurdo: las montañas, los volcanes, la cordillera.

Porque siempre, y esto es Quito, siempre, las montañas le recuerdan a la gente que si están todavía aquí es solo porque ellas lo permiten.





jueves, 17 de octubre de 2013

NIEBLA SOBRE QUITO

Subo al terrado a fumar. La tarde cae sobre Quito mientras el tráfico de trabajadores que regresa al hogar corretea por las calles. Enciendo un cigarro mientras me apoyo sobre el muro y contemplo una imagen ya familiar. Algo llama mi atención, dejo caer el pitillo al suelo y corro a casa a buscar la cámara. Al volver, la densa niebla ha empezado a adueñarse de todo. Fumo y disparo cada cuatro o cinco segundos. Antes de terminar el cigarro todo se ha cubierto. Apago la colilla y recojo los bártulos. Quito vive a la altura de las nubes.



miércoles, 9 de octubre de 2013

LA SORPRESA






Dedicado a mis padres, a los que quiero.



Viernes, 30 de Agosto de 2013

El avión aterriza en Cancún. Finalmente lo he conseguido, he llegado a México, vuelvo a estar aquí. Espero, paciente, junto a mi nueva guitarra, que mis maletas salgan de la interminable cinta transportadora. La gente va abandonando la sala y encaminándose hacia el control migratorio. Cuando ya sólo quedamos unas veinte personas aparece mi mochila, unos minutos después, la enorme maleta que carga todas las cosas que voy a necesitar para vivir en Quito.

Salgo del aeropuerto preocupado. Una maleta enorme, la hermosa Prudencio en su estuche rígido, la vieja mochila de viajar y una pequeña con toda la tecnología de que dispongo... Son demasiados trastos. He quedado en Puerto Morelos con unos desconocidos amigos de Lorena. Me van a hacer el paro y guardarme las cosas mientras estoy por México, pero tengo que llegar a su casa, lo que implica dos buses y un taxi. Me siento inquieto y todo el periplo se me antoja una odisea.

Salgo a la humedad caribeña y el calor se apodera de todo. Cuesta incluso tomar las primeras bocanadas de aire. Entonces, en forma de redondita muchacha sonriente, se presenta la solución a mi problema. Lleva un cartoncito en la mano que dice: "National Rent a Car". Después de negociar, consigo que me deje el más barato de sus coches en 350 varos. No ha salido mal el negocio, me digo.

Alterno mi concentración entre el verde paisaje y los muchos obstáculos que presenta la carretera: badenes enormes en mitad de la autovía, coches que se incorporan de su parada en el arcén, cambios de sentido absolutamente demenciales... Disfruto conduciendo en países ajenos. Hago un recuento y pienso que, hasta el momento, he conducido en tres países además del mío. Me siento un poco ridículo pero lo cierto es que me gusta ir coleccionándolos. 

Tomo el desvío a Puerto Morelos y recorro los escasos tres kilómetros que lo separan de la carretera principal. Doy unas cuantas vueltas para encontrar la casa. Mis únicas referencias son: cerca del Oxxo, al lado del Hotel Inglaterra, una casa marrón, si gritas Jorge te oirá. Como no la encuentro paro y entro en unos abarrotes a preguntar. La señora que se esconde tras un aparador excesivamente repleto me indica que es la casa de al lado. Grito y, efectivamente, Jorge me oye. Sale por la ventana del primer piso y me invita a pasar.

Jorge resulta ser un tipo encantador y de charla apasionante. Comparto con él varias horas de amena conversación. Música, viajes, la terreta, documentales, proyectos… Tengo la sensación de que estoy rememorando con él viejos tiempos que nunca vivimos juntos pero que nos conectan de algún modo. Durante la charla me entero de a qué dedican sus vidas. Resulta que él y Ester, su pareja -ambos valencianos-, llevan ya dos años recorriendo Centroamérica, buscándose la vida en el extranjero. Conocen, además, otros muchos países que visitaron en otros viajes. Finalmente se han terminado estableciendo en la Riviera Maya. Ella tiene un buen puesto en uno de los grandes hoteles de la zona, él se gana la vida como fotógrafo-realizador freelance.

Me invita a ver los cocodrilos que viven frente a su casa. Si, literalmente, en un terreno baldío y encharcado, cruzando la calle frente a su casa, un cartel reza: “Cuidado con los cocodrilos”. Al fondo, bajo la sobra, descansa inmóvil uno de ellos. Jorge me cuenta que hace pocos días que se comió al perro de un vecino. Al parecer, a los cocodrilos les gustan los perros.

Ya de vuelta en la casa, bajo el húmedo aire removido por un par de ventiladores y con una hospitalaria cerveza en la mano, Jorge y yo hablamos largo rato de proyectos audiovisuales mientras esperamos la llegada de Ester. Casi al final de la tarde, cuando ya me he decidido a partir para encontrarme con Lucía en Tulum, Jorge me dice:
-Mira, te voy a enseñar un vídeo en el que estoy currando ahora-. Lo veo con gran interés y despierta en mi muchísimas emociones. Es una pieza titulada "La Sorpresa".

Mientras conduzco al sur, ya entrada la noche, pienso en Jorge y en Ester, en todo el tiempo que llevan fuera de su tierra, de su hogar. De algún modo yo estoy iniciando un camino como el que ellos ya han recorrido. México es sólo el primer destino, después Ecuador, después... ¿quién sabe? Nada es seguro en esta puta vida, me digo mientras les recuerdo, sonriendo y esperando encontrar lo que busco en Ecuador. Me siento feliz de haberles conocido y de ver como la gente buena encuentra su sitio en el mundo, aunque sea, eso sí, tan lejos de su mundo.


Lunes, 7 de Octubre de 2013

Ya bien entrada la madrugada, mientras doy algunos retoques al próximo texto que publicaré en el blog, recibo el siguiente mensaje:
Somos unos locos soñadores que salieron de España hace ya casi dos años y medio, y que hoy, todavía vemos muy complicada su vuelta. Después de viajar por diferentes países de Centroamérica y de confirmar realidades, ahora vivimos en México, país al que le estamos muy agradecidos. Aquí es donde seguimos preparándonos como profesionales, donde estamos construyendo nueztro futuro, donde seguimos creciendo como personas, y desde donde seguimos luchando por el cambio.

Salir de España no significa huir, no significa abandonar a los compañeros. Para nosotros significa tomar perspectiva. Significa seguir caminando, no detenerse a lamentarse por la situación. Parar y conformarse... ¡NUNCA!

Por eso, adjunto a este mensaje, les enviamos un vídeo que narra un trocito de nuestra vida, que narra una de las consecuencias de las malas decisiones adoptadas en nuestro país. Son 5 minutos de vida que miles de personas sienten cada día.
"Sabemos que el cambio es posible, pero hay que luchar muy duro para lograrlo. Así que no nos vamos a detener, si nos cortan las alas las dejaremos crecer de nuevo y si no podemos luchar desde casa lo haremos desde lejos. Sólo esperamos que entre todos, con nuestra lucha les obliguemos a que un día nos dejen volver."
Muchas gracias y mil sonrisas.
P.D.: Si os ha gustado ayudadnos a compartir el vídeo!

Vuelvo a ver el vídeo un par de veces y, atendiendo a la petición de Jorge, lo comparto en varias redes sociales, viendo como se extiende bastante rápido. Sobre las 12 del mediodía, Internet se desconecta y me doy cuenta que no hay corriente en la casa. Salgo en busca de los plomos y, bajo la puerta, encuentro el papelito. Nos han cortado la electricidad por olvidarnos de pagar la factura. Vuelvo a la habitación y me paro a analizar el vídeo y en que modo me afecta a mi.

Pese a que yo no me marché porque nadie me echara sino por decisión propia –aunque nunca puede decir uno que decide por si mismo-, entiendo perfectamente el sentimiento de mis amigos. Recuerdo otras partidas y otras llegadas. Recuerdo emoción contenida, el rostro compungido de mi madre, los ojos vidriosos de mi padre bajo su rostro inexpresivo. Entonces pienso en un arroz al horno y un Trina en el pórtico de mis viejos. Dormir la siesta en el sofá. Comer de menú en el Pata Negra. Jugar un Texas en casa de mi hermano. Las viejas comidas familiares de cientoylamadre. A veces uno no valora a la familia como se merece. No se da uno cuenta de lo que significa poder dar un abrazo a sus seres. A veces uno es un imbécil y no aprovecha lo que tiene. A veces uno no demuestra cuánto quiere.


Miércoles, 9 de Octubre de 2013

Pagué la luz y han restablecido el servicio. Enciendo el ordenador y busco rápidamente a Generando Imagen, el Facebook de Jorge. Sospecho que mucha gente debe haber visto el vídeo y que les debe haber ido muy bien con él. Efectivamente: Trendding topic del día, 350.000 visitas en youtube, apariciones en Telecinco, ABC, Huffington Post... Han arrasado. Me alegro por ellos, se lo merecen.

jueves, 3 de octubre de 2013

DESPEDIDA



Echo la vista atrás y hago balance de buenos momentos, sonrisas, lineas rectas y punk rock

y malos recuerdos de ceniza en los ojos y hormigas en la boca

Y entonces, solo recuerdo...


Recuerdo a Kenny muriendo una y otra vez en un cine de Barcelona, entre talegos y ginebra

Recuerdo el miedo a los escorpiones sin pelo, y al miedo convertirse en risa floja

Y recuerdo a Barcelona, más bonita que hoy en día.


Recuerdo cerdos con panceta y pipa y gota, y empezar a amar a la de siempre

Recuerdo envidia de acordes desafinados, en los bajos, tras las escuelas

Y recuerdo motos, parque, cuarta y peta.



Recuerdo micropuntos en el Carmen y líneas que conducen a las calles más oscuras

Recuerdo a Rebeca y a Dolores y a María y a todas las que no siendo, fueron

Y recuerdo que una vez estuve al borde de la Paula.


Recuerdo galegos caminos, acompañado por los duendes de una noche, toda magia.

Recuerdo ver la vida a través del cristal, verla plana y república

Y recuerdo el encierro, el fío, un estante y mil colegas en tres fases.


Recuerdo despedidas de la calle y de los árboles y las arañas, entre lágrimas de piedra

Recuerdo la sed del desierto y del dedo, y el desvarío de Quilmes

Y recuerdo atún volando, catarata y pollo al horno.


Recuerdo, sin haber fregado un plato, escuchar hasta la muerte a un tal Stellar

Recuerdo, ilusionado y con cerveza, pintar ocre y azul sin camiseta

Y recuerdo al viejo Ricard, y lo quiero.


Recuerdo ganarle horas perdidas al tiempo de la gran estafa, con un viejo hermano locombiano

Recuerdo, casi veo, casi miro, recuerdos con formas informes, ameboides

Y recuerdo una plaza, y vuelvo, y la recuerdo.


Recuerdo tiendas de campaña y alhamas termales y terueles y doscientos-seises

Recuerdo ratas y moflas y cachetes y bragas de niña en culos perfectos

Y recuerdo la traición, jerezana y mexicana


Recuerdo el sexo salvaje y el otro, el de la Gran Calma con los niños de los ojos rojos

Recuerdo fotos y desnudos y pañuelos en las noches más granadas de pensiones

Y lo recuerdo. Siempre y una vez tras otra, lo recuerdo.


Y recuerdo porque es todo cuanto tengo.








miércoles, 2 de octubre de 2013

HANS


Febrero de 2013. Akumal. Quintana Roo.

Cierra los ojos y se pliega sobre sí mismo para que la corriente lo lleve unos metros hacia el sur, al arrecife. El agua está caliente y el silencio hueco del Caribe le hace sentirse en paz. Flota dejándose llevar, sin sacar la cabeza del agua ni respirar por el tubo, simplemente aguanta la respiración y flota. Pocos lugares en el mundo le hacen sentirse así.
Abre los ojos, suavemente, y se fija en el arrecife. Un enorme mero vagabundea entre los corales rojos. Hay cientos de pequeños peces correteando, nerviosos, frente a la cueva de una morena que espera, paciente, su cena. El no se fija en los detalles. Conoce bien ese lugar y no se deja llevar por el maravilloso espectáculo. Su objetivo es claro y los hipnóticos colores no deben distraerle. De pronto la ve, a unos 15 metros de profundidad, nadando majestuosa entre todos los demás. Sin prisas, tomando su tiempo, se prepara para sumergirse. Bucea tranquilo hacia el fondo, sin aspavientos que la puedan asustar. Cuando está a menos de tres metros se impulsa enérgicamente con las piernas, abre los brazos y la captura. La agarra con fuerza mientras recorre el camino hacia la superficie, el camino hacia la luz.
Sale a unos cuantos metros del bote de los científicos y nada hasta ellos. Con mucho cuidado saca la tortuga del agua y se la pasa a uno de ellos. Después, de nuevo al azul, de nuevo a la paz. No hay mejor lugar que las aguas del Caribe.



Marzo de 2013. Akumal. Quintana Roo.

Se acuerda de ella. ¿Por qué no la pudo amar? Se hace la misma pregunta una y otra vez. La nostalgia se hace muy intensa. Nadie lo ha querido tanto y nadie le ha enseñado tanto. La extraña pero sigue sin amarla.
Decide escribirle para saber como sigue, qué tal le va. El mail es escueto pero suficiente para que ella responda, entusiasta, en menos de tres horas. Amenaza con cruzar el charco e ir a México a verle.




Abril de 2013. Akumal. Quintana Roo.

A él no le interesa pero la güera le persigue. Cada vez que se cruzan le dedica una sonrisa y le saluda, enredando sus dedos en su rubia melena, coqueta. Es realmente hermosa, de piel blanca y ojos entre azules y verdes. Sus rasgos son los típicos californianos de las series de televisión, pero tiene algo diferente, un aura, un halo de misticismo y de equilibrio que le atrae de alguna manera.
Una tarde, después de salir del centro ecológico se le acerca y le invita a tomar una cerveza. Él, sorprendido, decide aceptar. A las pocas horas se están besando en el columpio de un parque.




Mayo de 2013. Akumal. Quintana Roo.

Se despierta por la luz. Ella duerme como un ángel a su lado y embellece la habitación y todo cuanto la rodea. Sale y se sienta en el patio, bajo un árbol de mangos, mientras saca la computadora de la funda. Es domingo pero, por costumbre, se ha levantado a las siete y cuarto de la mañana. Siempre le ha gustado la luz del alba.
Mientras va leyendo, su cara adquiere una expresión entre la sorpresa y el pánico. Ella viene a México a verle, ya tiene fecha para su vuelo. La güera sale entonces por la puerta de la casa, frotándose perezosa los ojos y buscándole entre la abundante vegetación del jardín. Cuando él la ve se da cuenta, de golpe y sin previo aviso, de que la ama locamente y de que podría dar su vida por ella. No sabe como ha ocurrido ni porqué pero así lo siente.
-Vuelve a la cama mijita, es muy temprano- le dice, dulce.
Una sensación de tristeza y agonía le recorre todo el cuerpo. Los recuerdos de aquellos años se amontonan en su cabeza, peleándose por salir, por regresar de nuevo.



Febrero de 2006. Barcelona. Catalunya.

Corre todo lo rápido que sus piernas le permiten. Nunca el Paseo de Gracia le ha parecido tan grande, tan largo, tan lleno de gente estúpida. Dos policías le persiguen, torpes, tratando de no perder sus cinturones, unos treinta metros por detrás. Una patrulla en coche trata de saltarse un semáforo para alcanzarle. 
Piensa que si consigue llegar a Plaza Catalunya estará salvado. Logrará camuflarse entre la gente y alcanzar las Ramblas. En el Born ya será absolutamente irreconocible.
Salta al asfalto para alcanzar Balmes. De pronto siente su cuerpo volar por los aires. Se estrella contra el suelo y rueda. El coche que viene por detrás también está a punto de atropellarlo, es una patrulla. Desorientado y cerrando los ojos, observa las luces relampagueantes perderse en la oscuridad.



Marzo de 2006. La Roca del Vallés. Catalunya.

Aunque la comida es mala, la celda no está tan mal. Tráfico de drogas, asociación ilícita y delincuencia organizada son cargos importantes y sólo le han caído cuatro de los siete años que le pedían. Además, el negocio en la cárcel también está bien. El hash se vende caro y los yonkis tienen que ponerse de algo.



Septiembre de 2006. La Roca del Vallés. Catalunya.

Sale en un furgón. Lo han pillado vendiendo y se acabó Quatre Camins, lo trasladan a Zuera, Aragón. Le acompañan otros dos. Uno de ellos tiene cara de no haber roto un plato en su vida y en su mirada perdida se adivina un poso de agónica desesperanza. Al otro parece no importarle nada, simplemente se esconde entre las rodillas tratando de dormir. El viaje es largo.



Diciembre de 2006. Soto del Real. Madrid.

Zuera fue corto y muy desagradable. Lo agarraron rápido con el trapicheo pero le dejaron quedarse. A las dos semanas se peleó en mitad del pasillo con otro recluso. Había un funcionario que le hacía la vida imposible y él empezaba a comprender como funciona la cárcel. Había ciertas cosas que era sencillo conseguir si sabías cómo. El traslado era una de ellas.



Junio de 2007. Soto del Real. Madrid.

Ella había ido. Lo había vuelo a hacer. Se había vuelto a levantar a las cuatro de la madrugada para pillar el primer bus hacia Madrid. El vis a vis era a las once y después tenía un largo camino de regreso a Barcelona.
Ella se lo había enseñado todo. Cuando salió de Ciudad de México apenas sabía leer y escribir y la vida de barrio era todo lo que conocía. Con ella descubrió el arte, el cine, la literatura. Siempre que a él le atormentaba algo, ella le daba un libro, una respuesta; y él leía con atención, como nunca antes había hecho. Hasta entonces los libros no eran para él más que somníferos de efectos potentísimos.
Además ella tenía algo que le encantaba. Sabía apropiarse de cada espacio, lo hacía suyo, de los dos, y eso a él le fascinaba. Con cada cambio de casa ella lo modificaba todo: una tela aquí, un dibujo en esta pared, una lámpara en ese rincón... Le daba su toque personal y conseguía iluminar el lugar, llenarlo de personalidad.
Pero, por sobretodo, ella le amaba locamente. Él no supo corresponderle, no pudo, no tuvo tiempo.



Marzo de 2008. Soto del Real. Madrid.

Había logrado cierto prestigio y poder dentro de la cárcel aprovechando su inteligencia, su habilidad y, sobretodo, su absoluto desprecio por lo poco que poseía. A alguien que no tiene nada, no se le puede quitar nada.
Ya era responsable de la cocina. Consiguió introducir muchos cambios y se sentía cómodo en la prisión. Cuando la carne estaba "verde" se negaba a cocinarla y exigía que la cambiaran. Los primeros y los segundos no se servían a la vez para que no se enfriaran y consiguió fiambreras para dividirlo todo y tener controladas las raciones. Así los últimos no se quedaban sin comer.
Cuando salía de la cocina tenía tiempo para leer. Iba a varios talleres y había encontrado algunos funcionarios que le caían bien, que intentaban ayudarle, o que al menos no estaban jodiéndole todo el día.
El negocio, además, seguía funcionando. Aunque el hash fuera malo y él se lo avisara a la gente, los yonkis seguían comprando. La vida no era tan mala en la cárcel, recordaba tiempos en los que había comido mucho peor fuera y había vivido en condiciones mucho peores.



Octubre de 2008. Soto del Real. Madrid.

Se ha acabado el taller, hora de volver al chabolo. "¡Registro!", escucha por la espalda. Se detiene. Un funcionario, buen amigo suyo, acompaña a otro con cara de pocos amigos. Se acercan y se paran frente a él. Le miran de arriba a abajo y el de la "cara de perro" repite contundente: "¡Registro!". Él sabe que está jodido y decide enfrentar la situación. Saca su cartera del bolsillo trasero del pantalón, les mira desafiante y les espeta un: "¡empezad por aquí!", mientras la lanza sobre un mueble a su lado.
El funcionario amigo le mira por un segundo y entiende su gesto. Para sorpresa de su compañero, sin mediar palabra, solo con un gesto, le invita a marcharse sin efectuar el registro. Él guarda su cartera rápidamente y entra en su celda. Respira aliviado y siente como el corazón late muy por encima de su ritmo usual. Cuando se ha tranquilizado un poco, saca de nuevo su cartera con cuidado. Abre la cremallera y extrae del bolsillo la navaja que utiliza para posturear el hash. La esconde bajo el colchón mientras reflexiona sobre la ampliación de condena que hubiera supuesto el registro. "No todos son iguales", se dice tumbándose en la cama.



Mayo de 2010. Barcelona. Catalunya.

Está tumbado en la cama, desnudo. Ella se ha ido a trabajar. La habitación luce hermosa. Una gran tela con un mandala pintado con batik cuelga del techo y la luz de la mañana entra tímida por la rendija de la ventana de madera, de algún modo le recuerda a Soto del Real en invierno. Pero esta es diferente, Barcelona siempre tuvo una luz especial para él.
Mientras prepara la maleta piensa en todas las cosas bonitas que ha vivido con ella. Nunca se aburrían. Jugaban a colarse en las fiestas como pudieran: saltando la valla, engañando al tipo de la puerta o imitando con un boli los cuños de entrada. Robaban cervezas en los supermercados, no tanto por dinero, más bien era la diversión, la adrenalina. Asistían a exposiciones, galerías e inauguraciones, bebían todo el vino que podía y, a veces, sólo cuando el artista era bueno, se quedaban largo rato a contemplar su obra. Eran tiempos bonitos.
Toma un pedazo de papel y un boli, piensa durante unos segundos antes de escribir. Lo deja sobre la cama recién hecha y se detiene bajo el dintel de la puerta a contemplar por última vez el piso de Gracia. En su rostro se dibuja una sonrisa melancólica, de satisfacción y lástima. Se cuelga la mochila al hombro y sale por la puerta. Sobre la cama, un escueto:

LO SIENTO, NO TE AMO.



Agosto de 2013. Akumal. Quintana Roo.

La visita de la catalana fue incómoda pero al menos le pudo explicar que, de verdad, no la amaba y que pensaba dedicarle su vida a la güera. Al final aquello había sido bueno en muchos sentidos. Él había aclarado por completo sus ideas y sus sentimientos, a la güera le había gustado que la eligiera a ella y la otra se fue de vuelta a Barcelona sabiendo que las cosas habían terminado definitivamente.
Todos aquellos meses, además, habían sido casi perfectos. Él no podía necesitar nada más que lo que ahora tenía: una casa preciosa con un enorme jardín, un cenote, y en plena selva; un trabajo perfecto, bajo el agua y bien pagado; y, sobretodo, una mujer hermosa a la que amaba con locura. Pensaba que, tal vez, había encontrado su lugar en la vida.
Pero ella no pensaba lo mismo. Había algo que no funcionaba, que no marchaba bien y después de una fuerte pelea amenazó con irse para no volver. Él no la creyó, pensó que sólo era una rabieta y que se resolvería en pocos días.




Agosto de 2013. Akumal. Quintana Roo.

Llevaba una semana solo y pensaba que ya estaba superando la partida de la güera. Adoraba su trabajo y bajo el mar todo se le hacía más sencillo. Los problemas no lo eran tanto bajo del agua. Una tarde, después de un largo día de trabajo -más de once horas bajo el agua y nueve grupos de turistas en el arrecife-, sacó la cabeza del agua y una terrible sensación de angustia se apoderó de él. Le costaba respirar y tuvieron que ayudarle a subir al bote.
Al llegar a casa se sentó en el sofá y pensó. Con los ojos cerrados y prácticamente inmóvil se dedicó a pensar durante más de tres horas. Cuando salió de su letargo, simplemente se levantó, metió dentro de la mochila algo de ropa, su máscara y su tubo, unas puntas de hawaiana para pescar y la carpa. Salió al pórtico de la casa y, justo bajo el quicio de la puerta, frente a los dos últimos escalones, se detuvo. Aquellos peldaños simbolizaban la frontera entre lo que pudo haber sido su vida ideal y el empezar de nuevo, el perseguir el amor. Bajarlos y seguir caminando era abandonar su vida en el paraíso y aventurarse a la vida sin garantía ninguna. La sensación le mareó por un segundo y la chancla se le resbaló, haciéndole caer, torpe, a la tierra roja del jardín.




Septiembre de 2013. Puerto Escondido. Oaxaca.

-¿Quieres un coco?- me dijo.
-No, gracias, estoy bien- respondí mientras abría la mochila.
-¿Seguro que no quieres un coco?- insistió.
-Tranquilo, estoy bien, de verdad.
-Bueno, yo voy a bajar uno para mi, te bajo uno por si cambias de opinión- dijo mientras se alejaba en busca de la escalera.
Antes de que hubiera podido empezar a sacar la carpa de la funda Hans regresó con un vaso lleno, un coco partido y una cucharita.
-Es cortesía de la casa, siempre que llega un nuevo huésped le ofrecemos un coquito, toma, come.- hablaba con una sonrisa generosa en el rostro, como feliz.
Le acepté el obsequio y me senté. El tipo se adentró en la cocina, satisfecho.



Septiembre de 2013. Puerto Escondido. Oaxaca.

Durante los tres o cuatro primeros días, Hans siempre me ofrecía cocos, tres o cuatro veces al día me preguntaba, siempre sonriente, simpático:
-¿Quieres un coquito?
Yo le aceptaba uno al día con la condición de que después de bajarlo se sentara a comerlo conmigo y a hablar un rato. Entablé una bonita relación con él. Me contaba sus historias y yo las mías mientras veíamos pasar las horas en La Punta, dejando que el sol cayera al mar.
Algunas veces venía la güera por el hostal y entonces él desaparecía con ella, fundidos en una hamaca o en el incómodo sofá de costales. Era un tipo genial, siempre con la sonrisa en los labios, educado y coherente. A veces me costaba creer las historias increíbles que contaba.
Había dejado de pagar el hostal porque se había quedado sin dinero. Memo, el dueño, se sentía de alguna manera como una figura de protección con él y habían acordado que trabajaría a cambio de techo. Hans cumplía con diligencia y rigurosidad sus tareas.




Septiembre de 2013. Puerto Escondido. Oaxaca.

Cuando llegué, la carpa de Hans estaba ya desarmada. Su mochila, casi llena, abierta sobre una silla, anunciaba su partida. Una vez más, se marchaba. Llevaba un par de días descentrado y eludiendo su trabajo. Memo ya le había advertido y por lo visto aquella mañana tuvieron una fuerte discusión. Hans era un cabezón y nunca en su vida había sido capaz de acatar las normas. 
Cuanto tuvo recogidos todos sus trastos nada más se los colgó a la espalda, me sonrió mientras se acercaba y dijo:
-¡Cuídate carnal!
-Tu también hermano- contesté mientras nos abrazábamos.
Se detuvo justo antes de cruzar la puerta, echó la vista atrás y saludó con la mano. Le seguí con la mirada triste hasta que dobló la esquina. Pensé que, con todo lo que ese tipo había vivido, esto era solo una piedra en el camino. 
Sonreí pensando en Hans.